sábado, 8 de enero de 2011

Hernán Cortés y la conquista de México

Mucho se ha escrito acerca de la conquista del imperio mexica por Hernán Cortés. Un pequeño contingente de alrededor de quinientos hombres buscando fortuna, con armamento superior, fue capaz de vencer al ejército, a los ejércitos, más bien, del emperador Moctezuma.



                                              Hernán Cortés

Ante la victoria la personalidad del conquistador resalta en primer lugar. Sus innegables aptitudes, de las que se valió para vencer a un imperio poderoso, le han impedido estar en gracia con quienes después han habitado la tierra mexicana. Por razones que parecen obvias Hernán Cortés no deslumbra a los mexicanos, ni de la actualidad ni de cualquier época anterior.

El sentir general es que la conquista fue una masacre de la que Cortés es el máximo, si no es que el único, responsable. Sus decisiones -como el hundimiento de sus naves o la matanza de Cholula- drásticas  siempre fueron en pos de un objetivo: derrotar las fuerzas del imperio mexica y tomar posesión de las tierras nuevas en nombre del monarca español. Ese objetivo, o la insaciable sed de oro, vienen a ser, por el momento, la misma cosa.

Es natural pensar que la conquista de la tierra y el sometimiento de los pueblos indígenas a manos de los españoles era algo inevitable dado que, tecnológicamente, Europa superaba a las culturas mesoamericanas. Hasta la fecha, la rapidez y la prestancia con que ocurrió la conquista no deja de causar asombro.

Entre 1519 y 1521 se consumó el triunfo de los conquistadores, nunca hubo marcha atrás, nunca hubo indecisiones, la marcha de la costa hacia el altiplano no tuvo inconveniente alguno para Cortés y sus hombres -la guerra con Tlaxcala fue determinante porque Cortés, en lugar de ser derrotado, salió más fuerte de ella. Sólo hubo un tropiezo, la huida y derrota en la Noche Triste. Después de ello los españoles se recuperan y planean su estrategia de contraataque en Tlaxcala.

Pero si Cortés tenía más de un motivo para perseguir la victoria, los mexicas tenían mucho trabajo hecho para propiciar su derrota. El peso de las imposiciones que aplicaban a sus súbditos estaban en el mismo lado de la balanza que los motivos del ambicioso conquistador. Como contrapeso a todo esto los aztecas sólo tenían sus armas, sus dioses y su clase dirigente.

Pero las armas eran inferiores a las de los extranjeros, los dioses equivocaron la estrategia porque pedían la sangre del enemigo, no su aniquilamiento -como hubiera sido lo lógico- y la clase dirigente creía en el regreso de Quetzalcóatl, el dios blanco y barbado que prometió regresar cuando se embarcó en Coatzacoalcos en un tiempo mítico.

Definitivamente no tenemos por qué ser partidarios de los métodos de Cortés, en cambio, deberíamos tener el ánimo para comprenderlo en su contexto y en su época. Como también deberíamos tener el ánimo para entender que entre las causas de la derrota mexicana hay elementos cuyo peso es mucho más grande que toda la fuerza que puedan representar quinientos aventureros mejor armados -armados hasta con sus enfermedades- cuyo objetivo era rescatar oro a cambio de piedras verdes.

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