martes, 26 de diciembre de 2017

El reparto agrario en México. 1917-1992. Síntesis


El problema de la propiedad de la tierra ha sido, tal y como lo apuntó Andrés Molina Enríquez, en 1909, uno de los grandes problemas nacionales. No podía ser de otro modo: durante el virreinato y el siglo XIX la población mexicana, de indudable vocación rural, fue perdiendo paulatinamente la propiedad de la tierra, quedando ésta en manos —debido a las políticas gubernamentales— de un reducido número de latifundistas. Para el año de 1910 el 97% de la tierra de uso agrícola estaba en poder de los hacendados y los rancheros, el 2% era de pequeños propietarios y sólo el 1% pertenecía a los pueblos.
La revolución mexicana incorporó entre sus demandas la restitución de la tierra a sus dueños originales, así se plasmó en las leyes agrarias del 6 de enero de 1915 y, dos años después, en el artículo 27 de la Constitución. A continuación se ofrece una síntesis de la manera en que los gobiernos posteriores a la revolución manejaron el problema agrario.

Los inicios del reparto agrario
La derrota del régimen porfirista no significó la victoria automática de las demandas campesinas; entre 1915 y 1920 Venustiano Carranza repartió apenas 132 mil hectáreas; su sucesor, Álvaro Obregón, repartió algo más de un millón de hectáreas. Para 1924 la reforma agraria era una cuestión todavía por resolver, pero era claro que el gobierno no tenía intenciones de agilizarla.
El estado de Morelos, corazón del zapatismo, fue la región más beneficiada; para el año de 1923, 115 de los 150 pueblos del estado ya tenían dotaciones ejidales y para 1930 el 59% del área cultivada de Morelos ya era ejido. Esta experiencia, repetida con menor intensidad en Yucatán, no se hizo extensiva a todo el país, fue necesario que los líderes de las diversas corrientes agraristas libraran una fuerte y prolongada lucha al interior de los círculos revolucionarios para que sus peticiones pudieran ser escuchadas.
Después el centro de la lucha agraria se trasladó de Morelos hacia el estado más poblado, Veracruz, en donde el gobernador, Adalberto Tejeda, fomentó el surgimiento de agrupaciones de trabajadores urbanos y rurales. Al frente de esta campaña estaba un dirigente obrero: Úrsulo Galván, quien se convirtió en el líder agrario más importante de la zona. Los campesinos veracruzanos recibieron miles de hectáreas ejidales, pero el radicalismo de Tejeda, junto con la posición beligerante del agrarismo veracruzano le acarrearon la antipatía del gobierno federal, el cual terminó con el poder del gobernador y con la buena época del agrarismo en Veracruz.
A nivel nacional, el presidente Plutarco Elías Calles entregó poco más de tres millones de hectáreas, pero él tenía la idea de dar por terminado el reparto agrario y fomentar la creación de una clase de pequeños propietarios que tuvieran acceso a los créditos para modernizar el campo. Durante los años del Maximato la reforma agraria se vio frenada; de hecho, el gobierno comenzó a fijar fechas para dar por terminado el reparto; para septiembre de 1931 éste había concluido en doce entidades federativas.

El cardenismo: auge del agrarismo
El cardenismo representa la mejor época de la reforma agraria. Desde un principio, Cárdenas dejó en claro que tenía la intención de apartarse de las tendencias conservadoras de sus antecesores y de reanudar el reparto agrario. En julio de 1935 decretó la creación de la Confederación Nacional Campesina. Por diversos problemas, la confederación se constituyó tres años después, pero llegó a convertirse en un organismo efectivo tanto para promover el reparto de tierras como para canalizar el apoyo del sector campesino hacia la figura presidencial. A partir de entonces la reforma agraria no sólo consistió en acelerar el reparto sino que contempló también los sistemas de irrigación y los créditos a los campesinos.
Lázaro Cárdenas creó ejidos colectivos, el primero lo estableció en La Laguna, una región entre Coahuila y Durango; en 1936 se decretó la expropiación de la tercera parte de la región lagunera, algo así como 146 mil hectáreas. A esta expropiación siguieron otras en Yucatán, y Michoacán. En total, durante el periodo se repartieron casi 18 millones de hectáreas.
Gracias al empuje dado por Cárdenas, entre 1915 y 1940 un millón y medio de familias que antes no poseían tierras las recibieron. Esto significó que al final de este periodo casi la mitad de todas las personas que se dedicaban a la agricultura poseían tierras, ya sea privadas o ejidales.

Declive y fin del reparto agrario
Los gobiernos que siguieron no continuaron con la tendencia agrarista de Lázaro Cárdenas, más bien idearon formas para limitar el ejido y fomentar el avance de la pequeña propiedad. Hacia 1940 la propiedad comunal coexistía con la pequeña y con la gran propiedad. En 1949 se introdujeron importantes reformas al Código Agrario en favor de la pequeña propiedad, una de ellas fue la emisión de certificados de inafectabilidad que impedían la conversión de algunas propiedades particulares en ejidos.
La CNC, que en un principio fue una institución eficaz para la reforma agraria, se afianzó como órgano de control político hacia las masas campesinas, entró en una etapa de burocratización e institucionalización del campo mexicano. A pesar de todo esto, la reforma agraria sostuvo la vitalidad de la economía campesina hasta el año de 1965, a partir de ahí el campo comenzó a entrar en crisis. Durante el sexenio de Luis Echeverría se intentó revitalizar el ejido como instrumento de producción pero el burocratismo oficial dio al traste con este intento, el resultado fue que el campesinado se empobreció aún más.
       Finalmente, las políticas del gobierno se fueron alejando del proyecto agrarista, hasta que en el año de 1992 se modificó el artículo 27 constitucional y se declaró el fin de la reforma agraria. Según Arturo Warman, entre 1917 y 1992 se crearon 30 mil ejidos y comunidades, se repartieron un poco más de cien millones de hectáreas –que representan más de la mitad del territorio nacional— y se benefició a más de tres y medio millones de ejidatarios con sus respectivas familias.

sábado, 3 de septiembre de 2016

Las campañas militares de Morelos

José María Morelos y Pavón, reconocido por su genio militar y por su pensamiento político, es una de las mayores figuras del movimiento independiente en México. En cinco años de actividad realizó cuatro campañas militares que constituyeron el peligro más grave al que se enfrentó el gobierno virreinal.


                                          José María Morelos y Pavón

Encargado del curato en el pequeño pueblo de Carácuaro, al sur del actual estado de Michoacán, Morelos fue uno de los primeros eclesiásticos en integrarse a las filas de la insurgencia. El 20 de octubre de 1810, en Charo, Michoacán, Hidalgo le encomienda la tarea de organizar la rebelión independentista en el sur, en la llamada Tierra Caliente.

Apenas cinco días después de su entrevista con el padre Hidalgo, Morelos deja Carácuaro y parte hacia el sur con apenas 25 hombres. Con aptitudes innatas para la estrategia militar, en su primera campaña consigue formar un ejército disciplinado y pertrechado. Se le unen hombres de la talla de Hermenegildo Galeana, Mariano Matamoros y Vicente guerrero, entre otros. Su primer hecho de armas ocurrió en el cerro del Veladero, cerca de Acapulco, el 4 de enero de 1811. No consigue tomar el puerto de Acapulco, pero se apodera de Tecpan, Chilpancingo y de Tixtla.

Después de la ejecución de Hidalgo y de Allende, ocurrida en junio de 1811, la fuerza del movimiento recae en López Rayón y en Morelos. Éste reorganiza sus fuerzas e inicia una nueva campaña militar que transcurre de noviembre de 1811 a mayo de 1812. Divide su ejército en tres batallones, uno que marchará a Oaxaca, otro tomará Taxco y un tercero, bajo sus órdenes, que entrará en Izúcar.

Félix María Calleja, que expulsó a López Rayón de Zitácuaro, se enfoca en Morelos, éste se hace fuerte en Cuautla para resistir el embate de los realistas. El sitio de Cuautla, que se prolongó de febrero a mayo de 1812, constituye uno de los grandes éxitos de Morelos, pues consigue abandonar la ciudad sin tener pérdidas. Después de la evacuación de Cuautla, Morelos se prepara para tomar Tehuacán.

La tercera campaña, de junio de 1812 a agosto de 1813, la inicia imponiendo el control en una amplia zona aledaña a Tehuacán, trata de impedir las comunicaciones entre el puerto de Veracruz y la capital del virreinato. Hacia el mes de noviembre consigue tomar la ciudad de Oaxaca. De esta ciudad parte hacia Acapulco, asedia el puerto y consigue, por fin, tomarlo en agosto de 1813. De esta manera, el territorio controlado por Morelos es bastante significativo. Durante estos meses, convoca a la formación de un congreso nacional con representantes de las regiones liberadas.

La última campaña militar de Morelos va de septiembre de 1813 hasta diciembre de 1815. Esta campaña se combina con una creciente actividad política, el Congreso, formado por letrados atraídos por el influjo de Morelos, lo nombra Generalísimo.

En diciembre de 1813 Morelos trata de tomar Valladolid, sólo que las fuerzas realistas le propinan una severa derrota y lo persiguen debilitando su ejército. Después de esto, Morelos ya no emprendió acciones de importancia, pues Calleja, convertido en virrey, se propuso atacar Chilpancingo. Forzados a dejar esta ciudad los congresistas se trasladan a Apatzingán. Morelos deja de ejercer el mando militar.

Agobiado por las fuerzas realistas, habiendo perdido a sus dos principales jefes, Matamoros y Galeana, y dedicado a proteger a los congresistas, Morelos es atrapado el 5 de noviembre de 1815 cuando intentaba llevar el Congreso a Tehuacán.

Acusado de diferentes delitos, tanto civiles como eclesiásticos, José María Morelos y Pavón fue fusilado en San Cristóbal Ecatepec el 22 de diciembre de 1815. Con su muerte el movimiento por la independencia sufrió un severo retroceso.

viernes, 5 de agosto de 2016

Martín Cortés y la conjuración del año de 1566


Martín Cortés, hijo del conquistador Hernán Cortés y de doña Juana de Zúñiga, heredero del Marquesado del Valle de Oaxaca, se vio envuelto en una conspiración que pretendía convertirlo en rey de la Nueva España.


En el año de 1542 la corona española promulgó una nueva legislación — Las Leyes Nuevas— cuyos objetivos eran, por un lado, proteger a los pueblos indígenas y, por otro, limitar el poder de los descendientes de los conquistadores. Estas leyes ocasionaron el descontento de estos últimos, pues afectaban sus intereses al dar fin al sistema de las encomiendas.

La encomienda era una institución, aprobada por el rey, mediante la cual los pueblos indígenas eran dados a un súbdito español para que éste los protegiera, los educara y los convirtiera al cristianismo; a cambio, el encomendero tenía derecho a una parte de la riqueza producida por los indígenas. Este sistema derivó en la explotación de los indígenas por parte de los españoles, razón por la que fue cuestionado por algunos defensores de las culturas nativas.

Los encomenderos de la Nueva España -tratando de seguir el ejemplo de sus homólogos peruanos, que provocaron una cruenta guerra civil- se unieron y conspiraron, en 1549, en contra de la aplicación de esta legislación. El movimiento no tuvo mayores consecuencias gracias a la acción del virrey Antonio de Mendoza, quien sofocó el intento de insurrección sentenciando a muerte a los principales instigadores.

Sin embargo, el descontento no se extinguió; años después, con el retorno a la Nueva España de Martín Cortés, Marqués del Valle de Oaxaca, los descendientes de los conquistadores encontrarían una oportunidad para pelear por sus intereses.

El Marqués volvió en enero de 1563, después de una ausencia de más de veinte años. De carácter arrogante y de oídos proclives al halago, se relacionó con el grupo de encomenderos, muchos de los cuales eran hijos de los soldados de su padre. En poco tiempo el Marqués, cuya influencia se acrecentaba, entró en conflicto con el virrey Luis de Velasco por la aplicación de las reformas en el trato a los indígenas.

Abrumado por los problemas y quebrantado de salud, Luis de Velasco murió en julio de 1564. La Audiencia de México asumió la representación real hasta el arribo del nuevo virrey. Apenas un mes después el Ayuntamiento de México solicitó a la corona la supresión del cargo de virrey y se propuso al Marqués del Valle como capitán general del virreinato. El entusiasmo por estos cambios fue creciendo y surgió el rumor de que se gestaba una conspiración contra el rey de España, se decía que los encomenderos animaban al Marqués para que tomara el control del virreinato.

La Audiencia, que en un principio desestimó los rumores, decidió investigar y actuar con mano firme. Con el pretexto de la recepción de la correspondencia recién llegada de España, se citó al Marqués a la casa de gobierno. Martín Cortés fue hecho prisionero el 16 de julio de 1566, ese mismo día fueron capturados los principales conspiradores.

Los hermanos Alonso Ávila y Gil González de Ávila fueron declarados culpables y se les condenó a la horca. El Marqués, negando cualquier responsabilidad en la conspiración, solicitó que su caso se juzgara en España, los oidores se negaron, pero la oportuna llegada del nuevo virrey le salvó la vida. En la ciudad de México el resto de los acusados fueron castigados, algunos fueron sentenciados a muerte, otros al destierro.

El Marqués partió hacia España, allá fue despojado de sus propiedades y se le prohibió volver a la Nueva España. Sin embargo, unos años después, el rey Felipe II le devolvió su riqueza. Martín Cortés nunca volvió a la Nueva España, murió en Madrid el 13 de agosto de 1589.