Los acontecimientos ocurridos en México hasta principios de
1835 –en particular durante el gobierno de Valentín Gómez Farías, que pretendió
una transformación política y social en el país- atemorizaron a un importante
sector de la sociedad mexicana que optó por tomar una posición política más
acorde al grupo de los conservadores.
Esta situación, junto con el desprestigio en que había caído
el federalismo y la pasividad del hombre fuerte de la época –Antonio López de Santa
Anna- llevó a los partidarios del centralismo a intensificar sus esfuerzos por
conseguir un cambio en el sistema político, de tal modo que a fines de 1835 se
abandonó el federalismo a favor del centralismo.
Los motivos del
cambio
Una de las principales causas que llevaron al centralismo
fue que se había extendido la idea de que el sistema federalista había
fracasado en sacar a México de la anarquía y de la inestabilidad política. Las
asonadas y los pronunciamientos en contra del gobierno eran cosa frecuente y
ningún presidente había tenido el poder suficiente para enfrentarlos con éxito.
Por otro lado, se había desatado el temor, entre las clases pudientes, ante la
posibilidad de que las medidas populistas emprendidas por el gobierno de
Valentín Gómez Farías ocasionaran un resquebrajamiento del orden social
imperante.
Junto con la destitución de Gómez Farías, y la eliminación
de sus reformas radicales, se realizó una campaña en la prensa a favor de la
implantación del centralismo. Los promotores del cambio eran miembros del grupo
conservador -destacando Lucas Alamán- e
integrantes del clero y el ejército. La medida fue apoyada por personas de
prestigio en la sociedad que eran conocidos –según menciona Michael Costeloe- como
los "hombres de bien" y que participaban en política, algunos con los
conservadores y otros con los moderados.
Qué se pretendía con
el centralismo
Algunos de los objetivos que se perseguían al implantar el
centralismo eran los siguientes:
a. Permitir el acceso al gobierno solamente a las
personas mejor preparadas. Es decir, las que tenían mayor experiencia, además
de una solvencia económica y moral fuera de toda duda. Por supuesto, esto
dejaba fuera al pueblo y a muchos de los liberales radicales.
b. Contar con un gobierno centralizado, con
recursos y con facultades para tomar decisiones sin padecer la oposición de grupos
contrarios, de los estados o, incluso, de la prensa.
c. Un propósito fundamental era debilitar a los
gobiernos de los estados y privarlos de disponer de fuerzas militares, tal y
como era la costumbre en el sistema federal y que a veces era causa de
disensiones y alzamientos.
d. Uno de los objetivos más importantes era el de
maniatar, de alguna manera, las ambiciones dictatoriales de Antonio López de
Santa Anna.
e. Preservar el orden social existente desde los
tiempos de la colonia.
Para cumplir con los propósitos del centralismo a finales de
1836 se aprobó la Constitución conocida como las Siete Leyes. En forma somera se exponen sus postulados:
Primera ley: trata de los derechos y obligaciones de los
mexicanos. Se restringe la ciudadanía, sólo se otorga a las personas que tienen ingresos a
partir de cien pesos anuales. Los vagabundos, los desempleados, los
sirvientes domésticos y los analfabetos no tienen derecho alguno. Estas restricciones privaban de la ciudadanía a un alto porcentaje de la
población.
Segunda ley: con el fin de crear un equilibrio entre los tres
poderes -ejecutivo, legislativo y judicial-
se crea un cuarto poder, El Supremo Poder Conservador, que actúa como
regulador o intermediario en las diferencias entre los poderes. Se cree que
este poder fue ideado para restringir la acción de Antonio López de Santa Anna.
Tercera, cuarta y quinta leyes: establecen las condiciones y
reglas para la organización y funcionamiento de los poderes legislativo,
ejecutivo y judicial.
Sexta ley: se ocupa de la división territorial de la
república, desaparecen los estados y se forman los departamentos. Los
gobernadores son designados por el poder ejecutivo
Séptima ley: estipula que no se harán cambios en la
Constitución antes de seis años.
Gobiernos y
Constituciones centralistas
En los once años que duró el centralismo hubo muy pocos
presidentes elegidos constitucionalmente y ninguno terminó su periodo de
gobierno. Las Siete Leyes serían derogadas y en su lugar funcionarían dos códigos de manera provisional.
Correspondió al presidente interino -enero de 1835 a febrero de 1836- Miguel Barragán terminar
con el federalismo, le siguió, también de
manera interina, José Justo Corro, quien gobernó de febrero de 1836 a
abril de 1837. Las Siete Leyes se aprobaron el 6 de diciembre de 1836.
El primer presidente elegido constitucionalmente fue
Anastasio Bustamante. Gobernó por cuatro años y meses –de 1837 a 1841-, pues fue
depuesto gracias a los respectivos pronunciamientos de los generales Paredes,
Valencia y el infaltable Santa Anna, quien finalmente lo relevó del cargo.
Junto con Bustamante se fueron las Siete Leyes, pues Santa
Anna las reemplazó con las Bases de Tacubaya. Con este nuevo código
Santa Anna impuso una "dictadura condicional", como él mismo la
llamó. Las Bases de Tacubaya se comprometían a convocar a un nuevo Congreso,
mismo que comenzó a reunirse en 1842.
El Congreso no fue acorde a los planes de Santa Anna, por lo
que éste se retiró a su hacienda de Manga de Clavo y dejó en su lugar a Nicolás
Bravo. Siguiendo indicaciones de Santa Anna, Bravo disolvió el Congreso en diciembre
de 1842 y convocó a una Junta de Notables para deliberar acerca de una nueva Constitución.
Después de varios meses la Junta de Notables entregó, el 8
de junio de 1843, el texto de las Bases Orgánicas. Bajo esta nueva
Constitución, el 1 de noviembre, Santa Anna
fue elegido presidente constitucional. Siguiendo su táctica acostumbrada de
retirarse del cargo y observar el curso de los acontecimientos delegó la
presidencia en el general Valentín Canalizo. Santa Anna regresaría a la ciudad
de México hasta junio de 1844.
En esta ocasión correspondió a Santa Anna ser derrocado. Después
de un pronunciamiento en Guadalajara que terminó siendo encabezado por el
general Paredes, Santa Anna fue depuesto de la presidencia el 6 de diciembre de
1844.
En este ambiente de anarquía Paredes gobernó el país, y
cuando se avecinaba la guerra con los Estados Unidos ocurrió el pronunciamiento
del general Mariano Salas, que exigía la vuelta al federalismo.
Salas terminó por derrocar a Paredes, asumió la presidencia
y el 22 de agosto de 1846 se decretó la restauración de la Constitución de
1824. Esto se logró gracias a que los liberales hicieron un pacto con el hombre
de siempre, Santa Anna, quien desde su derrocamiento se hallaba exiliado en la
Habana.
Así concluyó el centralismo, un periodo que fue todo lo
contrario a lo que esperaban sus animadores. La falta de un poder efectivo y la
agitación política que prevaleció durante el centralismo –en suma, el fracaso
del sistema- fueron provocados por los siguientes factores: la constante
oposición que presentaron los federalistas, las intrigas de generales como
Santa Anna y Paredes y la pronta desilusión de los "hombres de bien"
en las leyes centralistas.
Entre
los hechos más destacados del centralismo se pueden mencionar: la pérdida
definitiva de Texas, la guerra contra Francia, el inicio de la invasión
norteamericana y la separación, en forma temporal, de Yucatán.